El 23 de julio, con motivo del séptimo aniversario de la firma del Acuerdo Nacional, se realizó en el Colegio Médico del Perú un diálogo que bien podría servir como augurio de reafirmación unitaria de los peruanos. Jorge del Castillo señaló ahí que lo que corresponde, ahora que se ha logrado la confianza de los inversionistas, es mejorar los mecanismos de regulación. Carlos Ferrero propuso ampliar la membresía del AN, fortalecer su Secretaría Técnica y realizar eventos del AN más amplios (tipo CADE). Y Pedro Pablo Kuczynski propuso fijarse como meta reducir la pobreza al 12% para el año 2021 (una meta muy deseable, de la que estaríamos más cerca si este gobierno y el anterior hubieran cumplido con la meta educativa fijada en el AN).
Conviene recordar, en este clima saludable, que el AN nació con tres propósitos: 1) La formulación de un conjunto de Políticas de Estado, que fueron producto de una intensa deliberación realizada en Lima y todas las capitales de departamento entre marzo y julio del 2002; 2) La construcción de un escenario de deliberación y negociación de conflictos, cuya utilidad se reveló a comienzos del 2004, cuando diversas fuerzas políticas pusieron en cuestión el mandato de Alejandro Toledo; y 3) El desarrollo de una cultura política basada en el diálogo, la deliberación y la negociación.
De estos tres propósitos puede decirse que el primero quedó básicamente cumplido el 22/7/02, con la solemne suscripción de las políticas de Estado, por parte del gobierno, los representantes de las principales organizaciones de la sociedad civil y los líderes de los partidos, encabezados por Alan García, Valentín Paniagua, Lourdes Flores Nano y Alberto Andrade.
En cuanto al segundo objetivo, es notorio que el AN no cumple hoy el papel que cumplió en el pasado y que puede y debe cumplir en el futuro. Contribuyen a este incumplimiento diversos factores. En primer lugar la ausencia de organizaciones importantes, como el Partido Nacionalista Peruano y la CGTP. La ausencia del PNP resulta inexplicable en las actuales circunstancias, en las que sus propios errores por un lado, y la política manifiesta del gobierno y algunos medios, por el otro, fortalecen el esfuerzo por arrinconarlo y marginarlo de la política nacional. Un líder que busca congraciarse con Mario Vargas Llosa no puede darse el lujo de despreciar el AN. Pero más inexplicable aún es el retiro de la CGTP, precisamente cuando el movimiento sindical pasa en todo el mundo por un debilitamiento crónico y cuando es notorio que el gobierno quisiera reemplazar a esta central sindical por otras hasta hoy menos representativas.
Estas ausencias, sin embargo, son hasta cierto punto explicables, dado que la debilidad principal del AN no proviene de ellas sino del desdén del gobierno. La ausencia del nuevo Presidente del Consejo de Ministros en el diálogo del 23 de julio es la demostración más reciente y elocuente de este desdén.
En estas condiciones poco puede hacerse desde el AN, o desde cualquier otra instancia, por cumplir el tercer objetivo antes señalado: el de impulsar una cultura política basada en el diálogo, la deliberación y la negociación. En realidad comprometerse con este impulso sería contradictorio con el diagnóstico que ha realizado el Presidente de la República, según el cual estamos metidos en una guerra (fría o caliente), en la cual el rival es reducido a la condición de agente enemigo y antinacional. Así, lo que se propugna es, antes que el acuerdo, el Desacuerdo Nacional.
Ojalá que las Fiestas Patrias sirvan para una reconciliación sin claudicaciones de ninguna clase ni de ninguna de las partes. Es decir, para que organizaciones como el PNP y la CGTP reafirmen su compromiso activo con la vida democrática y para que el gobierno abandone la prédica belicista y excluyente. En esta tarea, las otras fuerzas integrantes del AN, y el mismo foro del Acuerdo, pueden jugar un papel crucial.
Fuente: Diario La República – OPINIÓN
Fecha: Miércoles 29 de julio de 2009